Era un deseo alcanzable, de esos que se postergan por las razones más trilladas, el trabajo, el novio, la escuela, el cansancio, la falta de tiempo, el tráfico, etc. La ves todos los días, siempre, en el horizonte, sucia y sólo deseas tocarla, estar ahí. Siempre hablan de ella, unos se quejan, la odian y te ven con desdén cuando les mencionas que quieres conocerla. Los demás, los que crecieron con ella, o los que la conocieron tarde, te dicen, sí, la queremos, la amamos, “mira hasta le escrito poemas”. Se suben al metro todos los días y caminan con ella de la mano, estrechándola, hablándole bajito, enamorándola con sus versos. Aunque ella no responde, les da su espacio, les da la planicie para que sus sentimientos divaguen y se desahoguen, pero no les responde. “Es masoquismo querer buscarla”, te dicen, “no es linda”, “no tiene nada bueno”, “te va rechazar y desechar” como lo hace con todos los que van en busca de ella. Aun así, me embarqué en ese juego peligroso y jugué con ella, jugué a que era mía y que si había llegado tarde a conocerla, no había sido mi culpa. Si ya ha sido de muchos, no importa. Si la han lastimado e insultado, yo sanaré sus heridas. Ha logrado conquistarme, ha hecho que la ame sin tregua y jurar hasta mi final protegerla, vivir en ella sin quejas, la amaré para toda la vida, aunque ella nunca me ame o no se de cuenta que existo, porque ella existe.
Sus luminosos edificios, parques escondidos, enraizados en el cemento, su eterna y pesada contaminación son sus emblemas. Pero su gente, ya sea la que descansa en alguna banca pidiendo monedas al pasar, el que fuma marihuana afuera de la biblioteca central y no me dirige la mirada porque no quiere compartir, la mesera que me sirve un café y al ver mi tez, se identifica y me habla en español; ellos son los que hacen esta ciudad sea tan deseable, tan provocativa, tan dada al amor de todos. Nos identificamos a través de ella, es la red que nos une y nos cubre con las mismas caricias. En ella, todos somos iguales, con nuestras particularidades. Las divisiones superficiales no existen, tus ideologías son aceptadas si las defiendes como se debe, con amor, pero con la aptitud de cambiarlas si con ellas sólo hieres.
Nuestros detalles la hacen única: unos se dan un beso en una esquina, otros corren detrás de un autobús, gritando y levantando los brazos. Al mismo tiempo, algunos se borran el cansancio de la cara después de un largo día de limpiar recámaras, en las que nunca podrán recostarse, pero que pagarán la cena mas tarde.
Varios niños juegan en un parque rodeado de autos, el sol desciende y la luna lentamente invade sus pupilas.
Sus luminosos edificios, parques escondidos, enraizados en el cemento, su eterna y pesada contaminación son sus emblemas. Pero su gente, ya sea la que descansa en alguna banca pidiendo monedas al pasar, el que fuma marihuana afuera de la biblioteca central y no me dirige la mirada porque no quiere compartir, la mesera que me sirve un café y al ver mi tez, se identifica y me habla en español; ellos son los que hacen esta ciudad sea tan deseable, tan provocativa, tan dada al amor de todos. Nos identificamos a través de ella, es la red que nos une y nos cubre con las mismas caricias. En ella, todos somos iguales, con nuestras particularidades. Las divisiones superficiales no existen, tus ideologías son aceptadas si las defiendes como se debe, con amor, pero con la aptitud de cambiarlas si con ellas sólo hieres.
Nuestros detalles la hacen única: unos se dan un beso en una esquina, otros corren detrás de un autobús, gritando y levantando los brazos. Al mismo tiempo, algunos se borran el cansancio de la cara después de un largo día de limpiar recámaras, en las que nunca podrán recostarse, pero que pagarán la cena mas tarde.
Varios niños juegan en un parque rodeado de autos, el sol desciende y la luna lentamente invade sus pupilas.
1 comentario:
Buen trabajo Domitila. Leyendo tu escrito me situa en el momento que describes. Hasta senti el olor a marihuana del tipo que no quiere compartir. Saludos.
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