Por: Jesús Gastelum
Galopan los días sobre tu recuerdo rendido.
Galopan veloces sobre sus huesos tendidos.
Pero tu doliente recuerdo no ha de fallecer
por más sufra mi alma al vérlose vencer.
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De pronto se arrastra tu recuerdo moribundo
quejándose en el suelo de su alma dolorida.
Y a veces se levanta de la tierra gemebundo
cuando yo le pido a la nostalgia que persista.
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“Mírame galopar,” amor mío.
“Mírame galopar en estos días,” Le decía.
“Y mírame caer cuando se me atraviesa la noche.
Mira cómo estos caballos se me vienen encima
Después de atropellar tu recuerdo sangriento.”
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Pero ni la grave fuerza de estos caballos
me podrá quebrar así como tu ausencia.
Que se me vinieran encima las noches
yo las sostengo con los brazos heridos.
Que se me vengan también sus tinieblas
yo las arrojo hasta el barranco del ocaso.
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Errantes días que se irán de brucesa l
as ciénagas del inmundo olvido.
Su recuerdo permanece eternamente
suplicando a la distancia que lo deje.
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“Déjame morir,”
Me decía.
“Deja de sufrir.”
“Deja que me lleven los caballos del invierno.
Deja que me arrastren hacia el fondo del olvido.”
“Yo he quedado tan frágil,” repetía.
“Yo he quedado muy lejos de llenarte como antes.
Deja que me arrastren hacia allá donde la niebla.
Déjalos que me lleven.
Déjalos que al fin nunca han logrado matarme.”
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En las alturas del olvido yo alzaré tu nombre.
Cantaré los cantos que cantábasme en el alba
bajo los coros infinitos del estero interminable.
Honraré tus palabras, recordaré lejanos ojos.
Pero por el amor nuestro, te pido, ten piedad,
te ruego que me dejes morir.
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