2/11/08

Melina Sánchez

Hernán Cortés y las armas del poder imperial

     Desde que existen seres humanos en el planeta tierra siempre han existido conquistados y conquistadores. Nada puede cambiar lo inevitable, pero sí se puede investigar más a fondo las verdades ocultas del poder. Quizás no tiene caso querer demostrar los crímenes que se cometieron tratando de descubrir lo ya descubierto, pues cada cual interpreta la historia a su manera. Mi propósito no es demostrar nada, sino analizarla desde mí punto de vista lo que pasó. Me gustaría comenzar con la vida de los aborígenes y cómo eran ellos antes de la llegada de los conquistadores y su imperialismo. Creo que nada mejor que esto para comprender lo innecesario de tanta violencia hacia ellos. Después analizaré cómo Hernán Cortés y sus encomenderos llegaron, conquistaron y casi terminaron con toda una civilización. Cortés junto a otros conquistadores pudo haber causado más tragedias sino hubiese sido porque, a comparación de otros países, España contó con frailes como Bartolomé de las Casas que denunció lo que estaba pasando. Sin embargo, los españoles ni ningún conquistador hubiesen podido hacer nada sin las armas de ese poder imperial que dominan, dañan y oprimen al otro sólo por ser diferente ¿les suena familiar? Sí, esto efectivamente sucede hoy en día por eso es importante entender y conocer nuestra historia. Especialmente porque normalmente la verdad que se conoce es la historia del vencedor no la del vencido.

     Todo empezó años atrás quizá 20,000 o 40,000, desde que los primeros habitantes llegaron al continente americano desde Asia. A finales del Siglo XV, según Bradford Burns, entre quince y cien millones de personas habitaban el hemisferio occidental, en lo que sería el comienzo de una sociedad multiracial. Entre ellos los amerindios de Tenochtitlán. Los cuales vivían en libertad en una tierra sagrada que no era de uno sino de todos; compartiendo sus alimentos y recibiendo amigablemente a otros, entre ellos los españoles. El aborigen veneraba fielmente a Huitzilopochtli y a Quetzalcóatl. Dioses que ellos veían en cada flor, en cada árbol y hasta en el mismo aire que respiraban. Según dice la leyenda Quetzalcóatl prometió que volvería a la tierra y los aborígenes vieron en Cortés a su Dios y se sublimaron. Además de sus creencias en los Dioses, ellos tenían una estructura familiar que era la base del orden social y económico. No creían en la vida después de la muerte pues para ellos era algo incierto y por eso se tenía que alabar y celebrar a los dioses en vida. Ellos tenían rituales donde bailaban, cantaban y tocaban sus instrumentos para festejarlos y así obtener sus bendiciones. También desarrollaron impresionantes obras arquitectónicas que impresionaron a los españoles a su llegada al Nuevo Mundo. Entre sus más famosos avances científicos se encuentra la Piedra del Sol, un monumento con inscripciones pictográficas que reúnen las ideas cosmogónicas y los conocimientos astronómicos de los amerindios. Todo esto parte de una civilización ya establecida con una religión y estructuras sociales y políticas.

     Cortés al llegar al Nuevo Mundo escribe cartas a los Reyes donde hace alarde de sus hazañas y cuenta cómo encontró todo a su llegada y cómo logró su propósito. Pero también describe una ciudad civilizada, él muestra a los aborígenes sin querer como personas que tenían sus propios sistemas y leyes en orden. Lamentablemente eso no cambia que normalmente siempre se ven como una amenaza aquél grupo de personas que son diferentes; lo más fácil es suprimirlos y despojarlos de todo.

     Los encomenderos por servir a la Corona y por su propio beneficio siguieron asesinando y conquistando otros territorios. Los conquistadores tenían permiso de convertir al cristianismo a los aborígenes que se encontraran y por eso viajaban con ellos varios religiosos. Mas aún, se les quería convertir a los aborígenes por la fuerza, sin pensar que ya ellos tenían sus propios dioses y su propia religión. Por supuesto que ellos no iban a veneran de la noche a la mañana un Dios que para ellos no representaba nada; un libro que no decía nada. Aún peor ¿por qué escribir reglas que los aborígenes ni entendían? ellos no sabían español. Además, no tenían opción o se convertían al cristianismo o serian esclavos, así que muchos de los aborígenes ni se imaginaban lo que estaba pasando. Cortés y los demás encomenderos lo tomaron como, según ellos, rebelión y pecado por parte de los indígenas y los llamaron herejes. Justificando que sólo aprenderían a la fuerza y con violencia. La excusa perfecta para disculpar sus actos en contra de los aborígenes. Es por eso que les van quitando poco a poco todo lo que poseían y lo que les sería de utilidad entre lo que estaban muchas especies, vegetales, aceites, semillas y muy en especial el oro que solamente causó una gran inflación en España. 

     Todo esto y más pudo haber sido peor de no contar con personas que valoraban las vidas de los aborígenes y no querían más injusticias. Uno de ellos Bartolomé de las Casas quien denunció las atrocidades cometidas en contra de los indígenas y nombro lo que pasaba como un genocidio, con todas sus letras. Es así como un imperio pasa a ser una población de salvajes en los ojos del poder imperialista que quiere todo bajo su poder. Lo que no entienden es que el poder cambia todo y destruye todo a su paso. Por eso la Nueva España sufrió daños irremediables, consecuencias que se hacen sentir hoy porque la historia se repite. Todo acabó y lo que queda sirve de experiencia, no para cambiar la historia, pero para ayudar a esas personas que hacen historia cambiar y tomar mejores decisiones. Afortunadamente, hoy en día se sabe lo que les pasó a muchas poblaciones indígenas y cómo el poder eurocentrista no les permitió seguir con sus civilizaciones que muchas veces eran más avanzadas que las europeas. Sin duda, nada quedo de esas tierras sagradas que existían para ser cultivadas y no para destruirse y mutilarse. Desgraciadamente el poder imperial triunfó. Pero bien lo dice Todorov, “el encuentro nunca volverá a alcanzar tal intensidad, si ésa es la palabra que se debe emplear: el siglo XVI habrá visto perpetrarse el mayor genocidio de la historia humana,” y eso no se puede cambiar. Lo bueno es que ya lo sabemos y lo que sí podemos cambiar es nuestro futuro tratando de no repetir el pasado.


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