2/11/08

Tercera Edición-Otoño 2008

     A solas, buscamos una salida a la incertidumbre de no saber dónde colocar esas palabras que nos persiguen. Un espacio lleno de ansiedad, donde los dolores de cabeza, las mordidas de uña y los pasos perdidos en algún parque nos hacen desembocar en una silla (o el mueble de preferencia) e iniciar una búsqueda. La cual tal vez disfrutemos o se convierta en una batalla interminable entre el dolor y el placer. Ansiaremos y desearemos inspiración, pero muchas veces no responderá a nuestra invocación. Así que abandonaremos ese deseo y eligiéremos la silla de algún bar, la pista de baile, la anatomía humana, las risas de amigos o un plato de comida caliente en familia. 

     En algunas ocasiones serán la muerte, el amor o el enojo, que nos incitarán a regresar a ese asiento y retomar la batalla. A intentar que esas palabras dejen de ser inciertas y provocarlas a que giren, vibren y se vuelvan palpables ante alguna página amarillenta o brillante y digital .

     La inmortalidad de la escritura no es algo que nos preocupa. Todos tenemos algo que decir y a nosotros nos importan los que se atreven, los que se enfrentan a la temida página en blanco y tienen el valor de hacer sus palabras tangibles. Te retamos a tener la osadía de hacerlas mortales. A ser como los valientes que llenan esta página que alguna vez, como muchas, también estuvo vacía. 


Fecha límite para la próxima edición: 15 de Diciembre, 2008



* En ESTA edición, Ciudad Universitaria no se hizo responsable de la edición de los textos presentados. Además, todos estos han sido publicados con la autorización de los autores y son de su propiedad. A todos se les dio plena libertad temática y de extensión. Esta libertad implica responsabilidades y nadie mejor que ellos para atenerse a las consecuencias. Al lado derecho podrán encontrar el email de cada uno de ellos. Para cualquier duda, pregunta o reclamo acerca del texto, por favor dirigirse directamente al autor.

Thania Muñoz. 

Adán Pereira

La Noche Azul

Tus palabras, tenue azul
Relajantes como manos
Se me enredan como tul
Cada vez que nos amamos.

Bebemos ávidos el vino
Dulce néctar de los dioses
Cual nómadas en árido camino
De prisa, silenciando nuestras voces.

La débil luz, enferma de brillo
Es testigo fugaz del delirio,
Tus manos y mi piel como un río,
Corriente de sudor, y un beso mío.

Mi cuerpo vibra y tiembla como hoja
Que el viento arrulla, luego despoja
Como arranca violento de la rama,
El fruto de tu amor, mi bella dama.

La noche resbala como lluvia,
Las horas tristes nos ven y luego lloran
Perciben luz, es la hora del alba
Triste la noche acaba, la pasión aflora.




Solo

Tan solo, estando tu al lado de mis brazos
Tan vacío, con tu cuerpo completo
Con tu rostro y con tus manos,
Esta mi cama tan vacía
Mitad tuya, mitad mía
Y me revuelvo en mis sueños
Y te veo allí a mi lado,
Sin hablarte, sin tocarte
Solo, tan solo
Estando tú a mi lado.

Y las sombras de los árboles
Platican del verano
Cuando las hojas abandonan
El tranquilo mecer de sus ramas
Como abandonas mis caricias
Y las dejas allí por un lado
Solo, tan solo
Estando tu respiración
Tan cerca que siento su canción.
Solo, tan solo
Como esta solo el árbol sin sus hojas
Abandonadas en el viento
Arrancadas como se arrancan mis palabras
Cuando no puedo decir, te quiero
Cuando estas allí, sin estar
Cuando estoy solo, estando a tu lado
Solo tan solo
Estando tu respiración
Tan cerca que,
Siento su canción.




Agosto, 2007





Luna Maria Nebbia

Encuentros de amor


     “¿Vendrá hoy?” se preguntó. Ansiosamente salió del cuarto de clases y su vista se adelantó, más rápido que su cuerpo, hacia la esquina 
donde siempre estaba cuando venía. Cuando su cuerpo llegó al cancel, vió que no estaba all
í. Respiró hondo y se dijo, “A la mejor viene mañana.”

     Mientras caminaba hacia su casa comenzó a recordar desde cuándo se veían de esta manera, a escondidas, y por sólo unos minutos cada semana. Recordó como en un tiempo, que ahora parecía tan lejano, no habían tenido que esconderse; cuando pasaban los fines de semanas juntos disfrutando de la vida, saliendo al parque, o conversando, yendo al cine o al museo, o a los parques de diversión. Qué hermosos esos tiempos. Nunca se hubiera imaginado que un día no podrían hacerlo más. También recordaba cómo después de esos tiempos sin restricciones había llegado otro tiempo en que sólo podían pasar la hora del almuerzo una vez por semana – cierto que era mucho menos el tiempo que podían pasar juntos, pero por lo menos disfrutaban de su mutua compañia durante una hora. Pero ahora eran sólo diez minutos cada semana. ¿Cómo es que había comenzó todo esto? Mirando hacia el suelo mientras caminaba se dijo, “Pero el día llegará en que nada ni nadie nos prohiba vernos.”

     Sin embargo se le vino al pensamiento aquel último día en que habían pasado la hora del almuerzo juntos, cuando se acercó aquella mujer y los separó, y caminaron hacia el cancel, y desaparecieron de su vista, sin un adiós, sin una despedida. Algo terrible había sucedido, y nadie le había dicho por qué se había ido, o si volvería, o si estarían juntos de nuevo algún día. Y por toda una semana había tenido esa incertidumbre, porque no se volvieron a ver sinó hasta la semana siguiente, que fue la primera vez de su primer encuentro en la calle.






     Las semanas habían pasado y los encuentros continúaban constantes. Sólo de vez en cuándo no venía por algún motivo. Pero sabía que en cuanto le fuera posible volvería, y se encontrarían, y caminarían juntos atravezando el parque, y se sentarían en la misma banca y conversarían por diez minutos, y se despedirían, y al fin de los diez minutos caminarían en rumbos opuestos, y voltearían la cabeza hacia atrás para decirse adiós con la mano, y caminarían diez o quince pasos y se volverían de nuevo dos, y tres, y cuatro, y muchas veces más para decirse adiós una y otra vez, hasta que estubieran tan lejos uno del otro que por fin se pierderían de vista. Pero en el fondo los dos sabían que se volverían a ver la semana siguiente... y por ahora, eso sería suficiente para regresar cada quien a su vida cotidiana, a la rutina de la semana, y contarían los días que faltaban hasta que se volvieran a encontrar en la misma esquina.

     “Hoy sí vendrá,” pensó y sonrió mientras esperaba ansiosamente el sonido de la campana a las tres de la tarde. Después de una eternidad, se olló la campana y se apresuró hacia la calle. Y sí, ahí estaba. “¡Ya lo sabía; aquí está; sí vino! Trató de disimular su alegría y se esforzó por no correr. Cuádo por fin estaban frente a frente se abrazaron con ternura, se sonrieron uno a otro, se saludaron, se preguntaron, se contestaron, se sentían felices. Caminaron por el parque, y como otras veces, se sentaron y se tomaron de la mano y se platicaron las novedades de las últimas dos semanas que llevaban sin verse. Los diez minutos se les hicieron diez segundos y se llegó la hora de la despedida, y las sonrisas se borraron de sus caras.
     “¿Qué te pasa, por qué te pones triste?” le preguntó. “Volveré la semana que viene, como casi siempre; tú sabes que vendré,” le aseguró.
     “Sí, yo sé, pero siempre me da tristeza cuando nos despedimos...” dijo mientras miraba hacia el suelo, luego continuó, “... Pero si mi mamá es tu hija, ¿por qué no hace ella lo que tú le dices? Yo siempre hago lo que ella me dice,” preguntó al no comprender por qué tenían que ser las cosas de ese modo.
     “Mijo, los adultos somos muy complicados; un día comprenderás,” le respondió.
    De pronto sus ojos se iluminaron, y con una nueva sonrisa dijo, “¿Pero sabes qué, abuelita? Sólo me faltan seis años para cumplir los dieciocho. Entonces mi mamá ya no podrá separarnos.”
    “Sí, mi muchachito, solamente faltan seis años.”


Feb. 2007

Jesús Gastelum

Soneto de amor a Elizabeth

Alegre me engalana el corazón de danzantes guirnaldas
fulgureciendo de sublimes figuras con tu sinfonía heroica.
Mariposa orquestal. Prisionera de mis esclavas violetas.
Teñida en el más íntimo extremo de mi alma abismal.

Ágilmente fundiéndome con besos de pasiones salvajes
que en el fondo liberan tu húmeda y ligera fragancia.
Combatida en el violento clima de mis cálidos anhelos,
se rompen en ti las cadenas de la definitiva ansiedad.

En mi tierra sombría tienes la última voluntad:
luminoso lirio de sol que de tu mano soltastes
encendiendo la sed eterna de mis corolas lunares.

Oh, los fuegos perpetuos en que el amor fecunda tu nombre.
Tus místicos brazos se roban la luz a tu inmaculada imagen.
La aurora renace en tu alma y alada se extiende en el cielo.




Amor azul


Mujer, oh madreselva frutal, duelo de crepúsculos,
blanca rosa omnipotente de súbito amor mortal.
Como un tigre de tus brazos que me asalta hasta vencerme
dejándome atado bajo el vivo delirio silvestre.

Del cielo cae una rosa y te parte la boca de fresa.
En mi paisaje lejano surgieron del safiro los manantiales de tu
alegría, y las flores más azules sacudieron sus coronas de sueño.
Eres la aurora que tiñe y encanta las campanas de mi alma.

Ojos diurnos y fugaces que el horizonte
me arrebata sin cesar en el sur fulgurando violento.
Y es tu voz profunda ese mar ausente
hacia donde huyen en vano los ríos de mi amor azul.

Sirena blanca, fugitiva y terrestre.
Submergida tras el eclipse marino con tu misteriosa melodía.
Tienes dos caderas que las olas fueron haciendo bajo el firmamento,
allí se templa y yace la luna que divina en tu sueño escarlata.




Raúl González

     Éramos dos extraños en un lugar extraño. Vagando la ciudad como dos fantasmas que no saben que están muertos. Eran las 5 y amanecía con la calma con la que amanece una noche después de carnaval. Ella se desnudaba los ojos dejando caer las gafas sobre la mesa del bar de alguna calle paralela a la calle Montera al que habíamos entrado para escapar del frío de las madrugadas de Madrid. Estábamos agobiados y muertos de hambre, pero solo teníamos para las dos cervezas que yo ya pedía con la mano, las últimas dos de la noche, antes de quedarme dormido bajo un árbol, o en cualquier rincón en donde no pasara mucha gente. Nos sirvieron dos cañas y unas tapas de cacahuates viejos. No nos dijimos nada mientras dejábamos que las manos se nos calentaran, como si las necesitáramos para hablar, como si fuese delito abrir la boca con las manos frías. Las únicas señales de vida en aquel momento las daban una pareja que probablemente no eran pareja. Mas bien debería decir, las únicas señales de vida venían de un señor de mediana edad que le susurraba sabe que tanto a una joven marroquí que intentaba mirarlo a la cara sin tener que mirarlo a los ojos. ¿Extrañas París? le pregunté solo por decir algo, pero ella no me contestó y le dio un sorbo a la espuma. Me pidió que mejor le contara sobre Ámsterdam otra vez, su ciudad favorita a la que nunca había podido ir. Le conté sobre las miles de bicicletas que habitaban la ciudad, de los canales y de los barcos en donde vivían los holandeses, que se distinguían por las macetas que la gente colgaba por fuera: intentos fallidos por hacerlos menos barcos y más casa. Yo desbarataba una servilleta mientras reproducía la niebla que ocultaba los balcones de los edificios más altos con el vapor que se me escapaba por entre los labios. Unos labios desgarrados por un continente antiguo. Un continente, le dije, que se me clavó, con el agua del museumplein, por entre mis Converse rotos. 


     La marroquí y su acompañante habían desaparecido sin darme cuenta. Alcancé a decir, antes de que encendieran la luz del bar (Forma default de comenzar a cerrar), que estaba cansado y que ya no era el mismo. Nada es lo mismo me respondió y se terminó la cerveza de un trago. Le dije que no tenía donde dormir, o tal vez fue ella la que me preguntó que si tenía donde dormir. Le dije que no, pero que no se preocupará. Entonces me quedo contigo hasta que salga tu camión, interrumpió levantando su bufanda y su chamarra que había dejado en la mesa junto a nosotros. ¿Piensas regresar? Me preguntó después de un rato de caminar en silencio. No lo sé todavía, le dije. ¿Vas a extrañar todo esto? No lo se. Para entonces ya era de día y Madrid empezaba a tomar vida, un peatón a la vez. Con la luz, caminar sin rumbo alguno perdía todo sentido. Nos sentamos recargados en una pared que daba a un parque. Yo también quisiera largarme dijo ella, no a mi exactamente, ni a ella misma, más bien parecía decirlo al viento, sin darse cuenta, desde lo más profundo de su alma. ¿Extrañas París? le dije, olvidando que ya le había preguntado sin recibir respuesta. Me tomó la mano enredando sus dedos entre los míos y acomodó su cabeza sobre mi hombro. No es que extrañe París, me dijo bostezando, sino que extraño no estar aquí.






Lely Rouillón

PABLO RUIZ PICASSO (1881-1973)

     Picasso nació en Málaga el 25 de octubre de 1881, era hijo de José Ruiz Blasco y María       Picasso y López. Empezó su carrera artística a los 10 años, cuando hizo sus primeras pinturas y a los 15 Ingreso a la Escuela de Bellas Artes de Barcelona, Picasso es considerado uno de los artistas más destacados del siglo XX. Fue innovador de formas, estilos y técnicas, que lo llevaron a pintar más de 20,000 cuadros. Durante su trayectoria artística podemos distinguir cuatro periodos o etapas; Periodo azul, Periodo rosa, el precubismo y analítico, cubismo y sintético.

     Período Azul: Entre 1900 y 1902. Picasso se establece en Paris y al quedar fascinad
o por el ambiente bohémico de la ciudad, empieza a pintar gente en salones de baile y espectáculos de cafés y bohemia. El Cuarto Azul, muestra su evolución hacia el Período Azul, porque las sombras en azul dominan todo su trabajo. También en este periodo refleja la miseria humana, postrándolo en pinturas de mendigos, alcohólicos, y prostitutas.

    Período Rosa: En este periodo Picasso conoce a Fernande Olivier, su primera compañera quien le sirve de inspiración y así cambia su paleta a rosas y rojos. En este periodo Rosa pinta la figura del arlequín, su otro yo, características y practica que repite contantemente a través de los años.

    Precubismo: Etapa en la que sus obras se ve influenciada por clasicismo Griego, el arte ibérico, y la cultura africana. La obra representativa de este periodo es Les demoiselles d'Avignon. En este periodo Picasso pinta a la mujer desnuda, pero la representa con formas polígonas y angulares.

    Analítico, Cubismo y Sintético: Picasso introdujo el término “cubismo” por sus dibujos de paisajes en un estilo descrito como hecho “por cubos”. Durante el "Cubismo Analítico" se utilizo las combinaciones de colores monocromáticos. Durante ese periodo, Picasso pinto primordialmente instrumentos musicales, objetos de naturaleza muerta, y sus amigos. En 1912, creo su primer “collage” Naturaleza muerta con la Silla, marcando así el periodo cubismo sintético.

     Picasso, en su trayectoria ha producido una cantidad inmensa de obras de arte. En 1963, se inaugura el Museo Picasso de Barcelona, importante institución a la que el propio Picasso dona todas las obras que le pertenecen. En 1973, fallece en Notre-Dame-de-Vie de Mougins dejando una legacía que continua viva en el mundo entero.















Melina Sánchez

Hernán Cortés y las armas del poder imperial

     Desde que existen seres humanos en el planeta tierra siempre han existido conquistados y conquistadores. Nada puede cambiar lo inevitable, pero sí se puede investigar más a fondo las verdades ocultas del poder. Quizás no tiene caso querer demostrar los crímenes que se cometieron tratando de descubrir lo ya descubierto, pues cada cual interpreta la historia a su manera. Mi propósito no es demostrar nada, sino analizarla desde mí punto de vista lo que pasó. Me gustaría comenzar con la vida de los aborígenes y cómo eran ellos antes de la llegada de los conquistadores y su imperialismo. Creo que nada mejor que esto para comprender lo innecesario de tanta violencia hacia ellos. Después analizaré cómo Hernán Cortés y sus encomenderos llegaron, conquistaron y casi terminaron con toda una civilización. Cortés junto a otros conquistadores pudo haber causado más tragedias sino hubiese sido porque, a comparación de otros países, España contó con frailes como Bartolomé de las Casas que denunció lo que estaba pasando. Sin embargo, los españoles ni ningún conquistador hubiesen podido hacer nada sin las armas de ese poder imperial que dominan, dañan y oprimen al otro sólo por ser diferente ¿les suena familiar? Sí, esto efectivamente sucede hoy en día por eso es importante entender y conocer nuestra historia. Especialmente porque normalmente la verdad que se conoce es la historia del vencedor no la del vencido.

     Todo empezó años atrás quizá 20,000 o 40,000, desde que los primeros habitantes llegaron al continente americano desde Asia. A finales del Siglo XV, según Bradford Burns, entre quince y cien millones de personas habitaban el hemisferio occidental, en lo que sería el comienzo de una sociedad multiracial. Entre ellos los amerindios de Tenochtitlán. Los cuales vivían en libertad en una tierra sagrada que no era de uno sino de todos; compartiendo sus alimentos y recibiendo amigablemente a otros, entre ellos los españoles. El aborigen veneraba fielmente a Huitzilopochtli y a Quetzalcóatl. Dioses que ellos veían en cada flor, en cada árbol y hasta en el mismo aire que respiraban. Según dice la leyenda Quetzalcóatl prometió que volvería a la tierra y los aborígenes vieron en Cortés a su Dios y se sublimaron. Además de sus creencias en los Dioses, ellos tenían una estructura familiar que era la base del orden social y económico. No creían en la vida después de la muerte pues para ellos era algo incierto y por eso se tenía que alabar y celebrar a los dioses en vida. Ellos tenían rituales donde bailaban, cantaban y tocaban sus instrumentos para festejarlos y así obtener sus bendiciones. También desarrollaron impresionantes obras arquitectónicas que impresionaron a los españoles a su llegada al Nuevo Mundo. Entre sus más famosos avances científicos se encuentra la Piedra del Sol, un monumento con inscripciones pictográficas que reúnen las ideas cosmogónicas y los conocimientos astronómicos de los amerindios. Todo esto parte de una civilización ya establecida con una religión y estructuras sociales y políticas.

     Cortés al llegar al Nuevo Mundo escribe cartas a los Reyes donde hace alarde de sus hazañas y cuenta cómo encontró todo a su llegada y cómo logró su propósito. Pero también describe una ciudad civilizada, él muestra a los aborígenes sin querer como personas que tenían sus propios sistemas y leyes en orden. Lamentablemente eso no cambia que normalmente siempre se ven como una amenaza aquél grupo de personas que son diferentes; lo más fácil es suprimirlos y despojarlos de todo.

     Los encomenderos por servir a la Corona y por su propio beneficio siguieron asesinando y conquistando otros territorios. Los conquistadores tenían permiso de convertir al cristianismo a los aborígenes que se encontraran y por eso viajaban con ellos varios religiosos. Mas aún, se les quería convertir a los aborígenes por la fuerza, sin pensar que ya ellos tenían sus propios dioses y su propia religión. Por supuesto que ellos no iban a veneran de la noche a la mañana un Dios que para ellos no representaba nada; un libro que no decía nada. Aún peor ¿por qué escribir reglas que los aborígenes ni entendían? ellos no sabían español. Además, no tenían opción o se convertían al cristianismo o serian esclavos, así que muchos de los aborígenes ni se imaginaban lo que estaba pasando. Cortés y los demás encomenderos lo tomaron como, según ellos, rebelión y pecado por parte de los indígenas y los llamaron herejes. Justificando que sólo aprenderían a la fuerza y con violencia. La excusa perfecta para disculpar sus actos en contra de los aborígenes. Es por eso que les van quitando poco a poco todo lo que poseían y lo que les sería de utilidad entre lo que estaban muchas especies, vegetales, aceites, semillas y muy en especial el oro que solamente causó una gran inflación en España. 

     Todo esto y más pudo haber sido peor de no contar con personas que valoraban las vidas de los aborígenes y no querían más injusticias. Uno de ellos Bartolomé de las Casas quien denunció las atrocidades cometidas en contra de los indígenas y nombro lo que pasaba como un genocidio, con todas sus letras. Es así como un imperio pasa a ser una población de salvajes en los ojos del poder imperialista que quiere todo bajo su poder. Lo que no entienden es que el poder cambia todo y destruye todo a su paso. Por eso la Nueva España sufrió daños irremediables, consecuencias que se hacen sentir hoy porque la historia se repite. Todo acabó y lo que queda sirve de experiencia, no para cambiar la historia, pero para ayudar a esas personas que hacen historia cambiar y tomar mejores decisiones. Afortunadamente, hoy en día se sabe lo que les pasó a muchas poblaciones indígenas y cómo el poder eurocentrista no les permitió seguir con sus civilizaciones que muchas veces eran más avanzadas que las europeas. Sin duda, nada quedo de esas tierras sagradas que existían para ser cultivadas y no para destruirse y mutilarse. Desgraciadamente el poder imperial triunfó. Pero bien lo dice Todorov, “el encuentro nunca volverá a alcanzar tal intensidad, si ésa es la palabra que se debe emplear: el siglo XVI habrá visto perpetrarse el mayor genocidio de la historia humana,” y eso no se puede cambiar. Lo bueno es que ya lo sabemos y lo que sí podemos cambiar es nuestro futuro tratando de no repetir el pasado.


Sección de Opinión: Thania Muñoz

"Yo opino..."

     La nostalgia es un tema que siempre me ha parecido muy interesante y valga la redundancia, sumamente triste. Los inmigrantes en especial tendemos a ser nostálgicos. Recordamos con frecuencia los años de la infancia, a nuestros abuelos, tíos, primeros amores, mejores amigos y hasta el rinconcito de la esquina en donde vendían los mejores helados. Parece que algo nos sucede por dentro cuando cruzamos la frontera o en muchas casos las fronteras. Es una profunda nostalgia que algunos combaten con borracheras que desencadenan sus lenguas, hablan sin parar de su infancia y llaman a la casa de sus abuelos, sabiendo de antemano, que tal vez ya nadie les va a contestar.

     Para unos la nostalgia es algo pasajero, ya que tienen la oportunidad de volver cada año de vacaciones a su país. Se gastan el dinero que no tienen en regalos para presumir que les ha ido muy bien y que son extremadamente felices, aunque al regresar se enfrenten a la dura realidad del dinero plástico.
     
     Para otros, la nostalgia es interminable, es caro y peligroso cruzar la( s ) frontera (s). Así que se pasan las fiestas de fin de año y veranos sin sus seres queridos. Viendo fotos, cocinado su platillo favorito y convenciéndose que todo el sacrificio vale la pena, que algún día serán felices y vivirán en el lugar que aman, sin fronteras, sin miedos. Se aferran a ese pensamiento en las horas interminables del trabajo, donde se enfrentan a discriminación, un sueldo mínimo y vuelven al tufo de su diminuto departamento.

     También están los jóvenes en las preparatorias y universidades que viven con el temor de ser deportados, sin tener la oportunidad de terminar sus estudios. Probablemente hay filósofos o escritores que han escrito acerca de esta tema de forma más elegante y profunda, yo por mi parte lo único que puedo afirmar es que me he codeado con seres llenos de nostalgia, lo suficiente para poder afirmar: que la nostalgia duele.

     Lo veo en los rostros de mis coterráneos u otros latinoamericanos que cortan el pasto en alguna casa elegante, con machete en mano, pero pensando en sus hijos y esposa que siguen en algún lugar de Latinoamérica. Lo veo en los rostros de los hinchas en el Home Depot Center donde ven a las chivas del Guadalajara, al América, a la selección de Guatemala o la de Chile; hombres y mujeres que se reúnen a echar porras de este lado cuando en realidad lo que les gustaría sería estar haciéndolo en su estadio nacional. 

     Duele, porque no sólo tienen que lidiar con esas lagrimas en la madrugada o cuando ven su bandera mecerse en la televisión en celebraciones de independencia. Sino que tienen que esconderse, sufrir de discriminación, darse una rápida vuelta en U cuando ven un retén policial en la esquina de la Beverly y Garfield, comprar un seguro social falso para poder trabajar y mandar remesas; ahorrar para pagarle al coyote y así traer a su esposa e hijos. Veo esa nostalgia y dolor en el rostro del viejo ebrio que pide una moneda en la salida de cualquier tienda y que entre sollozos dice, “Linda, deme pa’ el camión. Yo mejor me regreso a mi pueblo, Dios se lo pague”.

     Lo veo en rostros, que no son nada "aliens" o ilegales. Hombres y mujeres que llegaron aquí por distintos motivos, pero que al cruzar esas fronteras se bañaron de nostalgia. Esto es sólo mi opinión. Sin embargo, cuántas veces no has comprado un raspado en la Placita Olvera, te has sentado en el coliseo de Los Ángeles o has visto una fila de personas que les están pidiendo su identificación y al verte en el retrovisor te das cuenta que tu rostro al igual que el de ellos está invadido de tristeza.